El espectáculo siempre ha sido parte esencial de la política. La puesta en escena de los grandes discursos del siglo XIX y XX, el histórico debate de Nixon vs Kennedy y las excentricidades de Winston Churchill, son ejemplos de una política que siempre ha tratado de conectar con los votantes a través de tácticas teatrales.
El espectáculo ha sido, y seguirá siendo, un ingrediente protagónico en la política, sobre todo, en la política electoral democrática, donde la popularidad entre el electorado es la ruta al poder y el poder siempre está disponible. Pero además del drama y la puesta en escena, los líderes políticos del pasado, tanto los de un lado como los del otro, buenos o malos, democráticos o autoritarios, planteaban una visión del mundo y actuaban en consecuencia a convicciones sobre el rol del Estado; el teatro era un medio, no un destino.
En 1992 MTV estrenó “The real World”, dando inicio al auge de “reality TV” y con esto la persistente idea de que la vida privada de las personas existe para entretener. La televisión y el entretenimiento comenzarían entonces una avalancha imparable, más adelante potenciada por la instantaneidad del internet, que terminaría arropando, primero la cultura popular, luego las artes y finalmente, también la política y los gobiernos.
Hoy la sociedad está reducida a ser audiencia, ya casi sin distinción entre políticos, músicos, artistas y animadores, que trabajan, ya no por una visión o convicciones, sino por likes, shares, comments y ratings. El entretenimiento es una religión. La popularidad es la salvación. La imagen, iconografía de la fe, es más valiosa que los hechos. El aburrimiento es un pecado capital. Lo que no se comparte, nunca sucedió.
Los gobiernos son peligrosamente sensibles, no solamente a la opinión pública, sino a la opinión digital, que no es lo mismo. Los políticos ya no son exclusivamente líderes, son celebridades que actúan, posan, bailan si es necesario, para conquistar la fugaz atención de la audiencia que siempre necesita más espectáculo para saciar un hambre voraz de entretenimiento.
Nos vemos todos, el autor incluido, frente a un importante dilema: lo correcto; lo ético, lo productivo, lo democrático y lo que conviene a la mayoría vs lo popular; lo individual, lo que produce gratificación instantánea y perpetúa la vanidad entre los líderes modernos.