MUWASI, Franja de Gaza (AP) — Era una escena sombría mientras Randa Baker y su familia se sentaban sobre el suelo en su carpa en el sur de Gaza el lunes al anochecer para su comida con la que concluirían su primer día de ayuno en el mes sagrado musulmán del Ramadán.
Tres de sus hijos guardaban silencio en gran medida mientras Baker colocaba un plato de arroz y papas y recipientes con chícharos, una comida conjuntada con suministros de organismos de caridad y ayuda humanitaria. “¿Qué es lo que está mal? Coman”, le dijo la madre de Baker a la niña más pequeña, Alma, de 4 años, que picoteaba el plato con desánimo.
Amir, el hijo de 12 años de Baker, está demasiado enfermo para acompañarlos: sufrió un derrame cerebral antes de la guerra y se encuentra incapacitado. En este Ramadán tampoco está presente el esposo de Baker: murió junto con otras 31 personas en el primer mes del ataque de Israel a Gaza, cuando los bombardeos destruyeron su vivienda y la de sus vecinos en el distrito Rimal, de clase media alta, en la Ciudad de Gaza.
“El Ramadán este año es hambre, dolor y pérdida”, dijo Baker, de 33 años. “Personas que deberían haber estado en la mesa con nosotros se han ido”.
Para los musulmanes, el mes sagrado combina autoprivación, meditación religiosa y caridad hacia los pobres junto con celebraciones festivas cuando las familias rompen el ayuno —que se extiende desde el amanecer hasta la puesta de sol— con el iftar, la comida nocturna.
En épocas de paz, Baker solía decorar su casa y cocinar comidas muy elaboradas para el iftar. Pero al igual que todo el mundo en Gaza, su vida se ha visto destrozada por la campaña masiva israelí de bombardeos y ofensiva de infantería. Desde la muerte de su esposo, ella, sus hijos y la madre de ella han recorrido todo el territorio y ahora se encuentran en Muwasi, una franja rural del sur de Gaza llena de las carpas de palestinos que han huido de sus hogares.
Israel declaró la guerra el 7 de octubre después de que milicianos de Hamás atacaron el sur israelí, donde mataron a 1.200 personas y tomaron a unos 250 rehenes. Desde entonces, más de 31.000 palestinos han muerto y más de 70.000 han resultado heridos en la guerra entre Israel y Hamás, según el ministerio de Salud de Gaza.
Aproximadamente el 80% de los 2,3 millones de habitantes de Gaza han sido desplazados en la guerra, más de la mitad de ellos apiñados en el sur alrededor de la ciudad de Rafah, y muchos de ellos viven en carpas o escuelas que han sido convertidas en refugios. Debido a que sólo ingresan muy pocos suministros al territorio, el hambre prolifera. Muchas familias ya hacen una comida al día.
En el aislado norte de Gaza, la gente está muriendo de hambre, y muchos recurrieron a comer alimento para animales. Algunos adultos hacen una comida al día para darle a sus hijos cualquier alimento que pudieran tener a su disposición.
“Ya estamos ayunando”, dijo Radwan Abdel-Hai, un palestino desplazado que se encuentra en el campamento de refugiados Jabaliya. “Más allá de la comida, este año no tenemos Ramadán. Cada familia tiene un mártir o una persona herida”.
El islam exime a algunos del requisito de ayunar. Abbas Shouman, secretario general del Consejo de los Altos Eruditos de Al Azhar en El Cairo, dijo que las personas de Gaza que se sientan demasiado débiles porque llevan meses de desnutrición pueden pasar por alto el ayuno.
La gente para la que el ayuno suponga serios problemas de salud debe evitarlo para conservar su vida, según Shouman. Si la guerra termina, los que entonces recuperen la capacidad física para ayunar deberían hacerlo, compensando así los días que no lo hicieron.
Por aquí y por allá, los palestinos se empeñaron en mantener vivo algo del espíritu del Ramadán.
En una escuela llena de personas desplazadas en Rafah, un cantante conducía a niños para que entonaran canciones del mes sagrado. Al caer la noche, los feligreses se reunían alrededor de los restos de una mezquita para rezar el Tarawih, una oración tradicional del Ramadán.
Al igual que otros, Fayqa al Shahri colocó luces festivas alrededor de su carpa en Muwasi y les dio a los niños linternas pequeñas, un símbolo del Ramadán. Dijo que quería que los pequeños “hallen algo de alegría en la depresión y la situación psicológica en la que se encuentran”.
Pero los intentos por animar se perdieron en gran medida entre la aflicción y el cansancio mientras los palestinos pasaban por la brega diaria de hallar alimentos. La gente llenaba un mercado al aire libre en Rafah para adquirir los pocos suministros disponibles. Es casi imposible hallar carne, los vegetales y las frutas son escasos, y los precios de todo se han disparado. En general a las personas no les queda otra que comer alimentos enlatados.
“No se ve a nadie con indicios de alegría en sus ojos. Todas las casas están tristes. Cada familia tiene un mártir”, dijo Sabah al Hendi, una mujer desplazada de la ciudad sureña de Jan Yunis mientras deambulaba por el mercado de Rafah. “No hay ambiente de Ramadán”.